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jueves, 30 de agosto de 2012

La misteriosa prima del neandertal



El caso de la chica de Denisova es una rareza científica de primer orden: era de una especie pariente cercana de los neandertales, vivió hace unos 80.000 años en el sur de Siberia, era hembra y tenía los ojos y el pelo marrón y la piel oscura. Y esto se sabe no porque hablen sus huesos fosilizados, como en las demás especies de homínidos del pasado, sino directamente por sus genes. De los denisovanos se han encontrado sólo un pequeño fragmentos de hueso de un dedo meñique, del tamaño de un botón de camisa, y dos dientes. Estaban en la cueva de Denisova, en los montes Altai, al sur de Siberia. No hay más rastros esqueléticos. Sin embargo, para las poderosas tecnologías genéticas avanzadas del equipo que dirige el prestigioso científico Svante Pääbo ha sido suficiente el poco material genético recuperado de esa falange para sacar el genoma completo, de manera que ahora tiene un retrato —genético— de esa chica del pasado tan preciso como si fuera de un ser viviente actual.

Los denisovanos serían como los primos, viviendo en Europa Oriental y Asia, de los neandertales típicos de Europa, de los que se han descubierto miles de huesos fosilizados.
El genoma detallado de la chica de Denisova, además, ha permitido a estos investigadores hacer comparaciones con genomas de otras especies, incluidas once personas actuales de diversas regiones del mundo, y de chimpancés. Así, han elaborado una lista de mutaciones genéticas específicas de nuestra especie que nos diferencian de los denisovanos. Son genes asociados, por ejemplo, al funcionamiento cerebral y al desarrollo del sistema nervioso, otros que contienen información sobre la piel, los ojos y la morfología de los dientes, y 34 relacionados con enfermedades humanas, y una mutación de gen asociado a problemas del habla. “Es como una receta genética del ser humano moderno”, resume Pääbo, al frente de los investigadores del Instituto Max Planck del Biología Evolutiva (en Leipzig, Alemania) que presentan hoy las conclusiones de sus análisis en la revista Science. Para hacer este trabajo, además, han desarrollado una nueva técnica de secuenciación del ADN que muchos consideran que va a revolucionar la investigación de ADN antiguo. La nueva tecnología para trabajar con material genético de fósiles es un desarrollo de Mattias Meyer, miembro del equipo.

El material genético procede de un trocito de hueso de un dedo meñique

El equipo presentó hace un par de años los genomas completos del ADN nuclear de tres neandertales y, al compararlos con los de humanos actuales de diferentes partes del mundo, concluyeron que aquella especie humana europea extinta, en contra de los que sostenían muchos especialistas, sí que se cruzó con nuestros remotos tatarabuelos, aunque a muy bajo nivel. Además, precisaron que hay entre un 1% y un 4% de ADN neandertal en los actuales europeos y asiáticos, pero no en los africanos, escribe Ann Gibbons en Science.
Poco después estos científicos hicieron el primer trabajo genético con el huesecillo de la chica denisovana, y llegaron a la conclusión de que no era ni neandertal ni de nuestra especie (aunque se han encontrado huesos de ambas en el mismo nivel de sedimentos de la cueva siberiana), sino que se trataba de una nueva especie emparentada de cerca con los neandertales. Sin embargo, para muchos paleontólogos, dada la escasez de restos fósiles y las características del yacimiento de Denisova, esa afirmación del equipo de Pääbo es muy controvertida.

La nueva técnica de ADN revoluciona el estudio de fósiles antiguos

Además, aquel primer trabajo se basaba en ADN muy fragmentado. Ahora Meyer y sus colegas de Leipzig dan un gran salto adelante con el nuevo método, que permite partir de hebras simples de la doble hélice, en lugar de las dos hebras, como se hace normalmente. Así, han logrado multiplicar la cantidad de ADN de la chica de Denisova partiendo de una muestra de material genético de solo 10 miligramos, continúa Gibbons. Los resultados son tan precisos que Meyer y sus colegas han podido determinar que la chica tenía 23 pares de cromosomas, como nosotros.
También encuentran estos investigadores indicios genéticos de cruce de nuestra especie humana con los denisovanos. Pero la impronta genética de aquellos primos de los neandertales varía en las diferentes poblaciones humanas actuales: un 3% del genoma de la gente de las islas del sureste asiático y de los aborígenes australianos esta en los denisovanos, mientras que en los chinos apenas hay trazas de ellos.

La variabilidad era escasa en la fantasmagórica especie siberiana

La genética también da pistas sobre la variabilidad genética de los fantasmagóricos seres de Denisova, que sería más baja que entre los humanos actuales. “Esto se debe, probablemente, a que una población inicial denisovana pequeña creció rápidamente a la vez que se extendía por un amplio rango geográfico”, comenta Pääbo.
Hay datos del nuevo genoma que sin duda van a alimentar la polémica y las dudas sobre esos primos de los neandertales. A partir de las tasas de mutación de genes, Meyer y sus colegas estiman la antigüedad de la muchacha en unos 80.000 años. Pero los fósiles fueron encontrados en un nivel del yacimiento datado entre 30.000 y 50.000 años.

La controvertida edad de los fósiles está entre 30.000 y 80.000 años

En paleontología, tradicionalmente, se buscan cuantos más restos fósiles mejor para poder definir y conocer una especie. En este caso parece como si los expertos de Leipzig dijeran: “Aquí está el genoma, ahora buscad el esqueleto”. En eso están los paleontólogos.

Alicia Rivera-El País 30 agosto 2012

lunes, 20 de agosto de 2012

KOGOTENI

Los veo por la calle, de un lado a otro, tirando de sus carros como la más común de las bestias. Sus carros son enormes, hechos de chapas y tablones de madera remendados y cosidos con clavos. En la parte delantera hay construida una horquilla de madera basta unida por un travesaño. En el borde rasero tienen clavado un neumático viejo que les sirve para frenar cuando enfilan una pendiente y la carga amenaza con aplastarles, entonces basculan hacia atrás hasta que el neumático choca contra el suelo evitando un fatal desenlace. Ellos se sitúan dentro de la horquilla, en el lugar en el que nosotros estamos acostumbrados a ver burros, caballos o bueyes. Pero aquí son ellos los que tiran del carro, cargado a veces hasta la infinitud, hasta los límites de lo comprensible. Llevan hierros, sacos de cemento, de harina, llevan cajas de verduras, frutas y hortalizas, llevan lo que sea, da igual, pero sea lo que sea se amontona sobre los listones hasta que la carga les supera en dos o tres alturas y se empieza a tambalear, entonces ya está, ya no cabe más. El hombre aquí se transforma en animal, no entiende que esa carga no se puede mover, se coloca en su puesto y cierne sus garras con fuerza sobre la madera sobre la que se agrieta su piel, empuja, su mandíbula se desencaja y sus venas florecen sobre su piel negra y brillante a punto de reventar, sus pies resbalan impotentes levantando una pequeña nube de polvo sobre el suelo hostil. Desiste, no puede, pero podrá, de momento se retira para tomar aliento, pide ayuda y dos hombres se acercan, se suben encima de la traviesa de la horquilla y saltan sobre ella hasta que el carro bascula hacia adelante alcanzando una horizontalidad más que precaria. El hombre se coloca de nuevo en su lugar, de nuevo se transforma en animal y, a duras penas, las dos ruedas empiezan a girar despacio sobre un eje chirriante. La carga empieza a moverse y en la expresión de la bestia bípeda que la impulsa se adivina la intención inequívoca de llegar a su destino, sea cual sea, sea cuando sea. Suben y bajan calles y caminos, su esfuerzo hercúleo es anónimo y sordo, pero imprescindible. Estos hombres son casi lo peor, casi lo más bajo. A menudo calzan zapatos diferentes en cada pie, que sólo se parecen entre ellos por lo rotos y viejos que están. Visten algo peor que los harapos, este gremio ni siquiera disfruta los jirones de lo que otros tiran a la basura. Están sucios y heridos por las astillas y los clavos que les rodean. Sin embargo su dignidad es aún mayor que la carga que transportan. Nadie entiende que si ellos no regaran con su sudor las calles y los caminos, la harina nunca llegaría a la panadería, las naranjas y los tomates no podrían exhibirse en los puestos de los pequeños mercados, las casas estarían incompletas a falta de ladrillos y cemento, o de las placas de chapa ondulada que hacen de tejado. Les pregunto que cuánto ganan por su trabajo y, además de darme vergüenza, me parece de mal gusto transcribir su respuesta. Los veo y pienso que más que la mercancía que acarrean con afán incombustible, lo que de verdad pesa sobre ellos es una carga mucho más fatigante, porque ellos soportan el peso de muchas barrigas injustamente satisfechas y de tantos bolsillos repletos de lo que no les corresponde. Los veo y pienso que son seres mitológicos, semihombres semibestias que, al igual que Atlas castigado por Zeus al ser derrotado, soportan sobre sus hombros el peso del mundo, el peso de un mundo mal repartido.

MANUTE